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Entre Israel y Palestina: la tragedia de los pueblos y el desafío de la paz

Por Lola Muria. Detective Privado. CEO Descubro B2B


Hablar de Gaza es hablar de dolor. El sufrimiento de los niños palestinos, de las familias que pierden a sus seres queridos y de los civiles que viven bajo el miedo constante debería ser suficiente para que la comunidad internacional, encabezada por Naciones Unidas, actuara con mayor firmeza. Ninguna causa, ninguna estrategia y ningún cálculo político justifican la muerte de inocentes. Ni israelíes, ni Gazaties.

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Este artículo no busca señalar culpables colectivos ni cargar responsabilidades sobre un pueblo entero. La población israelí, al igual que la palestina, sufre las consecuencias de un conflicto que les ha sido impuesto por décadas de decisiones políticas, errores acumulados y extremismos que han ganado terreno. Comprender Gaza exige un ejercicio de memoria histórica, no de acusación.



Breve línea del tiempo



  • 1947-1948: La ONU aprueba el plan de partición. Israel declara su independencia en 1948, lo que deriva en la primera guerra árabe-israelí. Gaza queda como refugio de decenas de miles de palestinos desplazados.


  • 1949-1967: Bajo administración egipcia, Gaza vive en un limbo político sin integración plena ni soluciones para los refugiados.


  • 1967: En la Guerra de los Seis Días, Israel ocupa Gaza y Cisjordania. Comienza un largo periodo de tensiones y asentamientos.


  • 1987-1993: Estalla la Primera Intifada. Gaza se convierte en símbolo de resistencia, pero también en foco de represión y violencia.


  • 1993-2000: Los Acuerdos de Oslo traen una esperanza de paz. Sin embargo, la desconfianza mutua y los incumplimientos bloquean el proceso.


  • 2005: Israel se retira militar y civilmente de Gaza, pero mantiene el control del aire, las fronteras y el mar.


  • 2006-2007: Hamas gana las elecciones palestinas y toma el control del enclave. Desde entonces, Gaza queda bajo bloqueo, con crisis humanitaria permanente.


  • 2008-2023: Ciclos de guerra se repiten: ataques de Hamas, represalias israelíes y miles de muertos. Ningún bando logra imponer una solución, y los civiles de ambos lados pagan el precio.



La población atrapada en la espiral



En Israel, la sociedad civil también vive con miedo. Los ataques con cohetes, los atentados y la inseguridad en la frontera convierten a muchos ciudadanos en rehenes de una dinámica que no eligieron. De igual forma, los palestinos de Gaza sufren la falta de agua, electricidad, empleo y libertad de movimiento.


Es un error —y un peligro— culpar de forma colectiva a pueblos enteros. El conflicto no lo han decidido ni los niños israelíes que corren a refugiarse cuando suenan las sirenas, ni los niños palestinos que intentan estudiar bajo los bombardeos. La responsabilidad recae en los liderazgos políticos y militares que, a lo largo de décadas, no han sabido —o no han querido— romper con la lógica de la confrontación.


Qué puede hacer la comunidad internacional


La inacción o la mera condena diplomática han demostrado ser insuficientes. Se requieren medidas que no intensifiquen el conflicto:


  1. Corredores humanitarios estables. No es suficiente abrir el paso de ayuda unos días; debe garantizarse el acceso permanente a agua, medicinas y alimentos.

  2. Presencia internacional de observación. Una misión de Naciones Unidas que verifique violaciones del derecho internacional en ambos lados.

  3. Nuevo marco diplomático. Ampliar el diálogo más allá del eje Israel-Palestina, incluyendo a países árabes, la Unión Europea y actores neutrales.

  4. Plan de reconstrucción a cambio de estabilidad. Desarrollar Gaza con infraestructuras, empleo y educación, siempre condicionado a un alto el fuego verificable.

  5. Educación para la paz. Invertir en iniciativas que eviten que las nuevas generaciones crezcan bajo la narrativa del odio.



La tragedia de Gaza no puede entenderse sin su contexto histórico, pero tampoco puede resolverse culpando a pueblos enteros. Tanto israelíes como palestinos han sufrido demasiado.


La paz solo será posible si se protege a los civiles, si se prioriza la dignidad humana sobre la estrategia militar y si la comunidad internacional se compromete de verdad a mediar, supervisar y garantizar que no se repitan los mismos errores.


Recordar la historia no es tomar partido. Es reconocer que, sin memoria, cualquier propuesta de paz será apenas un alto en el fuego del odio.



 
 
 

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